A veces le decían Carlo
y a veces -con voz perpleja-
“eso que parece almeja”.
Encogido el corazón,
Ninguno en verdad sabía
si el chico ostra algún día
rompería el caparazón.
Se acerco muy de puntitas,
muy a oscuras y en celada,
porque no notara nada
quien le daba tantas cuitas.
Y en voz muy baja le dijo:
“Carlo queridísimo, hijo:
no quisiera interferir
ni causarte desconsuelo.
Pero ¿has pensado en el cielo,
o te has querido morir?”
Carlo parpadeo al oírlo
pero no le dijo nada.
Su papi apretó el cuchillo
y se aflojó la corbata.
Cuando lo levantó en vilo,
Carlo le mojó el abrigo.
Y en su boca ya la valva,
se escurrió por su garganta.
En la costa lo enterraron,
en la arena, junto al mar.
Una oración murmuraron
y se fueron a cenar."
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